Muchas familias adoptantes en China se plantean el viaje de vuelta cómo una obligación hacia ese «respeto de los orígenes» que sugieren con aburrida insistencia muchas publicaciones, las sugerencias de una parte de los psicólogos y trabajadores sociales en el momento de la idoneidad y/o de los informes de seguimiento, conversaciones en foros o con amigos, otras familias adoptantes y un largo listado de posibles fuentes que empujan a eso.
Otras familias entienden que ese viaje se justifica desde muchos otros puntos de vista. Es un momento de disfrute familiar, un momento muy especial en su historia, un viaje precioso, una inyección de seguridad personal, de conocimiento y diversión que va mucho más allá de unas supuestas raíces, cuyo peso y valor es muy diferente dependiendo de cada niña, de cada familia, hasta de cada momento de su vida. Sin contradicción entre los dos aspectos.
Nuestras hijas nacieron en China, pero de aquí a tener que sentirse chinas en todos los sentidos hay un trecho. El respeto, la curiosidad, el sano deseo de conocimiento es una cosa, la obligación de sentirse lo que no son, ni pueden ser, ya que han vivido toda su vida aquí es otra. Sobre todo: a la hora de la verdad esa actitud radical es además de cuestionable, incierta en su definición y actuación. A menudo fruto de una visión muy superficial de China. China es un País inmenso. Lleno de realidades complejas y diferentes.
Basta un dedo de frente para entender que despotricar todo el rato de las malas costumbres chinas, de las noticias que aman publicar los periódicos, de lo negativo de ciertas políticas de su Gobierno, ningún favor hace al sano crecimiento de nuestras hijas, ni a nuestra inteligencia. Poner la lupa siempre sobre lo negativo es poco oportuno aquí y en China.
Estaría bien tener claro que la gran mayoría de las familias no tenemos ni idea – o muy superficial – de cuales son esos valores, cultura, realidades de China.
Si bien hay cosas que se conservan poco o nada cambiadas, China es un País que evoluciona mucho y de prisa. Lo que pensaban hace 20 años muchos en China ya no existe, es diferente, o ha dado un vuelco de 360 grados.
Para poner un sólo ejemplo: el abandono de las niñas en los años 80/90 del siglo pasado (ni hablemos antes). El abandono no se ve hoy, por parte de una enorme cantidad de la población china, ni de lejos de como lo veían entonces. La prioridad de los varones por pura subsistencia economica ya ha cambiado. Muchas familias que adoptamos tenemos el recuerdo de personas con las que pudimos hablar cuando fuimos a buscar a nuestras hijas. Una parte desconocía del todo la adopción internacional, otros se alegraban abiertamente de que nuestras hijas pudieran gozar de más oportunidades. Muy pocos manifestaban pena o disgusto por la razón de nuestra felicidad, que viajaba sobre un carrito o en el regazo lleno de amor de los recién estrenados papás.
Ya no es así. Cada vez más jóvenes adultos chinos desaprueban rotundamente el abandono provocado por costumbres consideradas inaceptables o cómo mínimo arcaicas. La política del hijo único ha ido suavizándose y si bien la gran parte de la población china considera positivamente sus efecto en contra de la sobre población y sus negativas consecuencias, también se alegran que hayan sido modificados algunos de los aspectos más duros de dicha política.
Para terminar quiero contaros una anécdota que me pasó hace algunos años. Estaba comiendo con mi socio chino en un restaurante chino de Barcelona. No eran ni las doce. En la mesa a nuestro lado una pareja bastante joven, de los que a primera vistas notas que quieren sentirse más chinos de los chinos. Por eso imagino eligieron ese restaurante, la hora de la comida y los platos que estaban en su mesa. Lengua de pato, interioras, una sopa caliente. Verano 35 grados y 95 por ciento de humedad, el calor se combate con el calor… Me llamó un poco la atención un plato de arroz tres delicias que por supuesto no estaba en la carta, en chino, que estudiaba mi socio.
Pidió muchos platos y claro una sopa caliente y casi todo picante. Empezamos a comer. Con la sopa lo típico, sorber los fideos a 120 grados con mucho ruido y empezar a sudar, no a sudar, a soltar a chorros de sudor por todos los poros de la piel, con largos ahhh, jaaaa, ehh, sorbo a sorbo en un concierto de sonidos muy, muy chino, relajación y disfrute. Esa parte tan sencilla y natural del país de nuestras hijas que tan poco gusta a los bien educados de estas latitudes.
¿Habéis alguna vez insistido con vuestras hijas que por respeto a las costumbres y cultura de su país hay que sorber la sopa con ruido, acercar la boca al plato y, llegado el caso, soltar un eructo para liberarse del aire tragado durante la agradable comida?
No pude evitar notar la desagradable sensación que provocábamos en la pareja cercana. Había muy poca gente en el local, y se escuchaba todo. Se miraban con cara antes de asombro y al poco de disgusto. Se levantaron de la mesa dejando mucha comida en los platos. Ni un grano de arroz en el de las tres delicias.
Muchas veces cuando desde la ignorancia y desde los tópicos nos imaginamos algo, al conocerlo directamente nos damos de bruces con una realidad muy diferente. No sempre agradable, si no mantenemos la mente muy abierta, generosa y disponible a cuestionarse.
Volver a China nos ayuda a dar con la medida exacta de todo eso, superando la ignorancia, no sólo con poco esfuerzo, mas disfrutando de algo tan maravilloso como es viajar. Viajar nos ofrece en bandeja el conocimiento de algo que nos concierne. Que es parte, más o menos grande, de lo maravilloso que tenemos instalado en nuestras casas.
Conocer directamente una realidad es la mejor forma para entender y encontrarse con ella. Para tomar la medida de lo que podemos hacer hacia el oportuno respeto hacia algo lejano, pero también nuestro y no hostil.
Se vive más a gusto después de volver a China.